jueves, septiembre 07, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (4): Beria

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado



Pero bueno, ahora que ya hemos hecho la revolución, hagamos una pausa para comenzar a introducir al otro personaje de esta Historia: Lavrentii Pavlovitch Beria.

Beria, como Stalin, era georgiano. Y hay que entender lo que significa esto. Georgia y Rusia tienen una Historia, si no conjunta, sí cuando menos bastante sintonizada en eso que llamamos la era contemporánea. En 1783, durante la guerra ruso turca, Rusia y Georgia firmaron el tratado conocido como de Georgievsk, por el que la Georgia oriental, es decir Kartli-Kakheti, fue colocada bajo una especie de protectorado ruso. Fue un intento por parte de Georgia de proteger esas tierras de las garras del turco; pero, la verdad, les dio igual, porque los otomanos invadieron esas tierras dos veces: en 1785 y diez años después, sin que Rusia honrase sus compromisos. En 1801, los rusos directamente se anexionaron la región que estaban protegiendo, en un movimiento que siguió en los años subsiguientes y prácticamente los hizo dueños de Georgia.

A finales del siglo XIX, Georgia, plenamente integrada en el Imperio ruso como el resto de los territorios caucásicos, era, en lo que a la oposición se refiere, un territorio básicamente menchevique. Esto se notó en el fuerte apoyo georgiano a los cambios de marzo de 1917, y la sólida oposición al golpe de Estado bolchevique de noviembre. Así las cosas, el 9 de abril de 1918, las tres repúblicas caucásicas: Georgia, Armenia y Azerbayán, declararon su independencia respecto de Rusia, creando la llamada Federación Transcaucásica.

Con el tratado de Brest-Litovsk, los rusos se comprometieron, entre otras cosas, a que sus tropas abandonasen el Cáucaso. Esto dejó a las repúblicas caucásicas a merced de los turcos que, efectivamente, llegaron a tomar el control de la ciudad georgiana de Batumi. El 26 de mayo de 1918, en medio de una situación confusa, la Federación Transcaucásica quedó disuelta, y Georgia se convirtió en país independiente por primera vez en algo más de un siglo.

Los mencheviques, dueños del colmao, firmaron un acuerdo con los turcos, y también con los alemanes. Los bolcheviques, por su parte, trataron de erosionar la popularidad del gobierno, pero tuvieron escaso éxito. Por eso, en febrero de 1921, invadieron Georgia y echaron al gobierno menchevique, cosa que ya habían hecho en Armenia y Azerbayán.

En este convulso país, el 29 de marzo de 1899, había nacido Laurencio Beria. Nació en un pueblo llamado Merkheuli, situado en lo que luego sería la república autónoma de Abjazia, integrada en Georgia. El dato es importante. Abjazia, situada en el noroeste de Georgia, era el hogar del grupo étnico mingreliano, que ya sé que parece una raza de cazarrecompensas de la galaxia pero no lo es, al que, por lo tanto, pertenecía nuestro personaje. Los georgianos tenían, y tienen, bastante tendencia a hacer piña y apoyarse entre ellos; pero los mingrelianos llevaban esta práctica al modo experto; muchas veces durante la vida de Beria, ser mingreliano daría muchos puntos. 

Beria venía de una familia agrícola bastante pobre. Su madre, Marta Ivanovna, era una mujer muy religiosa que se casó dos veces. Tuvo un hijo con su primer marido, del que enviudó. Y, después, se casó con Pavel Khukhaevitch Beria, con el que tuvo tres hijos, uno de ellos Lavrentii. La benjamina de la familia era sordomuda. Beria era un adolescente cuando murió su padre.

Tras terminar la escuela en Sukhumi, con mucho esfuerzo, Laventii se fue a Bakú, donde se matriculó en la Escuela Politécnica de la Construcción; allí estuvo cuatro años. Recibía dinero de un empresario llamado Erkomoshvili, que tenía a su madre empleada en su casa. En octubre de 1915, Beria participó en la creación de una especie de círculo marxista de Podemos en su escuela.

Al calor de sus sucesos de febrero y marzo de 1917, es decir la abdicación del zar y el establecimiento del gobierno provisional, Beria decidió definirse, y se decidió por el bolchevismo. Nunca pudo, pues, decir que era un bolchevique de primera hora, sino sólo de primera hora y media. Inmediatamente, él y otros cuatro como él establecieron una célula en su escuela. En términos de poder, tuvieron suerte. En toda Transcaucasia, el menchevismo, muy enraizado en las zonas rurales, era dominante en el Partido Social Demócrata del Trabajo de Rusia; pero Bakú contaba otra movida. De todas formas, en junio de aquel año Beria tuvo que dejar de estudiar (o lo que quiera que hiciese en la escuela), porque lo movilizaron. Sirvió algunos meses en el frente rumano, en una unidad donde fue elegido el máximo representante bolchevique.

La cosa duró poco, gracias a que Rusia se jiñó de la guerra. En enero de 1918 estaba de nuevo en Bakú, en la escuela politécnica, en la que se graduó ya entrado el año siguiente. Para entonces, dedicaba buena parte de su tiempo al secretariado del soviet local. Había comenzado la guerra civil en Rusia y eso debilitaba la presencia militar metropolitana en el Cáucaso; por ello, Bakú se hubo de enfrentar al avance de tropas turcas. En paralelo, los bolcheviques perdieron su posición preeminente en la revolución de Bakú, en favor de los socialrrevolucionarios y los políticos de origen armenio. En unos meses, sin embargo, tropas turcas y azeríes entraron en la ciudad, realizando una masacre de cristianos armenios.

En noviembre de 1918, los turcos habían abandonado Azerbayán. Tras su marcha surgió un nuevo partido político, el Musavat. Controló la situación hasta abril de 1920, cuando el Ejército rojo, es decir los bolcheviques, invadieron la tierra que consideraban suya. Los musavatistas, que inicialmente fueron hermanos de revolución, pronto se colocaron totalmente enfrente de los bolcheviques, conscientes del carácter panrruso de este último movimiento. En 1919, el comunismo oficial moscovita estaba buscando ya la perdición del Musavat, y para eso necesitaba personas sobre el terreno realizando labores de espionaje e inteligencia. Uno de los reclutados fue Lavrentii Beria.

Esta época siempre estaría, de una manera o de otra, encima de la cabeza de Beria. Ser espía es una cosa muy complicada, pues nunca se sabe a ciencia cierta de qué bando estás. Durante los años por venir, diversos enemigos de Beria, en diversos momentos, sacarían a pasear la idea de que el georgiano, en realidad, era un agente doble y espiaba para el Musavat. Algo de base tenían estas afirmaciones, pues es un hecho que el Comité Central del Partido en Azerbayán estudió estos cargos y (según Beria) lo exoneró. El tema, sin embargo, quedó ahí, en el currículum de Beria, dando por culo.

En marzo de 1920, Beria se empleó en las aduanas azeríes. Poco después, el Kavburo, o sea más o menos el Politburo del Comité Central azerí, le encargó labores de espionaje en su Georgia natal, donde se dedicó a espiar para el Comité Militar Revolucionario del XI Ejército. En una operación en la que cayó todo el Comité Central del Partido en Georgia, también cayó Beria. Lo liberaron con la condición de que abandonase Georgia en tres días; pero lo incumplió. Adoptó la identidad falsa del señor Lakerbaia y se empleó en la embajada rusa. Fue detenido meses después y encarcelado en la ciudad de Kutaisi. Sergei Kirov, entonces embajador bolchevique en Georgia, protestó por las detenciones; pero, dado que los mencheviques no le hicieron ni caso, el 4 de agosto Beria y otros detenidos comenzaron una huelga de hambre de ésas que el propio Beria, con el tiempo, no le permitiría a sus presos. En todo caso, estuvieron sin jamar sólo cuatro días, porque finalmente los mencheviques se avinieron a tratarlos mejor.

En agosto de 1920 encontramos a Beria estudiando arquitectura teóricamente, y en la práctica trabajando para el Comité Central azerí en Bakú. En octubre lo nombraron secretario de la comisión especial para la expropiación de bienes de la burguesía. Cuando esta comisión fue disuelta porque ya no quedaba nada que robar, en febrero de 1921, Beria le pidió al soviet una especie de beca para poder estudiar arquitectura. Al principio le dijeron que sí, pero muy pronto decidieron que dejase los estudios para dedicarse a su gran pasión: chekista. Le ordenaron integrarse en la policía política azerí.

Pero nos estamos adelantando un poco. Regresemos al relato general de los hechos revolucionarios y posrevolucionarios. Ya en 1918, el 4 de junio, el VtsiK mantuvo una reunión conjunta con el soviet de Moscú y los sindicatos locales, presidida por Lenin. En esa reunión, Stalin probablemente se encontró por primera vez frente a frente con el hecho de que, según su visión, estaba rodeado de nenazas. En la reunión se guardó un espeso y sincero minuto de silencio por Georgi Valentinovitch Plekhanov, fallecido en mayo. Trotsky, de hecho, le dedicó un discurso sentido, y Zinoviev un largo artículo en Pravda. En aquel entonces, sin embargo, Stalin veía a Plekhanov como un enemigo de las tácticas revolucionarias que habían llevado a los bolcheviques al poder, y parece que no entendió demasiado que se le pasaran tantas manos por el lomo a un cadáver que él habría tirado al Neva sin mayores contemplaciones.

Apenas días, sino horas, después de haber sido nombrado presidente del Sovnarkom o gobierno de Rusia, Lenin estaba dando instrucciones a Adolf Abramovitch Ioffe para que montase una delegación que se fuese a ver a los alemanes y tratase de pactar una paz. Las cosas parecían ir muy bien. El 2 de diciembre de 1917, se firmó un alto el fuego vigente hasta el 1 de enero próximo. Ioffe era habitualmente ayudado por Kamenev y muchos socialrrevolucionarios de izquierdas que estaban en el gobierno. Sin embargo, las cosas estaban cambiando muy deprisa en Berlín, donde las fuerzas de los halcones imperialistas cada vez tenían más control. Los alemanes, además, eran bien conscientes de que las líneas rusas estaban parcialmente abandonadas por la tropa, en general muy desabastecidas y que, por lo tanto, el país no estaba en condiciones de defenderse. En consecuencia, los interlocutores germanos pusieron una serie de condiciones para la paz que, en la práctica, planteaban serias pérdidas de territorio para Rusia.

Lenin estaba por la labor de firmar. Desde ese momento, y por todo el resto de su vida, todo lo que le importó fue mantener el gobierno revolucionario. Vladimiro parece haber sido bien consciente, en su fuero interno, de que lo que había hecho en el supuestamente glorioso octubre de 1917 había sido algo contra natura incluso de una sociedad como la rusa, en realidad tan preparada para recibir el comunismo. Los escritos y los actos de Lenin traslucen la actitud de alguien que casi no se puede creer que el poder haya caído en sus manos y que, por eso mismo, es consciente de que cualquier cosa se lo puede arrebatar. Siempre he creído que, por eso, la URSS ha sido uno de los regímenes más autoritarios de la Historia: al fin y al cabo, es el fruto de las angustias de un tipo que, probablemente, soñaba todas las noches que alguien lo fusilaba después de haberlo derrocado.

El gran miedo de Lenin, a finales de 1917, era la visión de un ejército ruso, al que se sumaría un ejército de trabajadores y agricultores puteados, que, ante los horrores de la guerra y la escasez, en lugar de volverse contra el enemigo alemán, se volviese contra el enemigo bolchevique. Lenin temía acabar en el fondo del Neva, arrojado después de una mano de hostias por una turba de rusos encabronados tras la derrota militar (o sea, más o menos, el final de Gadafi). Como, por lo demás, la suerte de los que no eran él nunca fue algo que le preocupara mucho, tampoco veía gran problema en hacer cesiones de territorio, vidas y haciendas a los alemanes, a cambio de mantener su momio. Para él, pues, era la revolución lo que estaba en juego, y había que conservarla; y si conservarla significaba pactar con el diablo, por él no habría problema.

En el Comité Central, sin embargo, estaban, también, los que siempre están en toda organización comunista: los de avanzar sin transar, los de primero la revolución y luego la guerra, los de podemos con todo. Aliados con los socialrrevolucionarios de izquierda que, como ya hemos visto, analizando la realidad con pragmatismo no eran precisamente buenos, esta corriente de opinión anti leninista decía que ni paz ni hostias. En eso estaba lo mejor de la casa: Bukharin  (que lo pagaría con la vida), Bubnov (the same), Yevgueni Preobrazhenski (more of the same), Piatakov (purgado), Radek (muerto, cómo no, en prisión), Valerian Valerianovitch Obolensky, AKA Nikolai Osinsky (aunque se posicionó públicamente contra Bukharin, no le sirvió de nada y fue al paredón) o Georgi Ipolitovitch Opokov, normalmente conocido como Lomov (denunciado en 1937 por un subordinado suyo por haber sido colega de Bukharin, fue pasaportado). Todos ellos consideraban que Europa estaba a punto de alzarse en favor del comunismo, y que eso debilitaría a sus enemigos. Una convicción muy fuerte que, como se ve, absolutamente todos ellos pagaron cara.

Entre comunistas, la receta es clara:

1) Si recuerdas una cita inequívoca de Marx o Lenin valorando el tema por el que te preguntan, cítala, y luego te callas.

2) Si no es el caso, actúa a la gallega y, al ser preguntado, contesta: "Y tú, camarada, ¿qué opinas?" Pero que sepas que con gente como Stalin eso no te servirá, porque solía fingir opiniones en las que no creía para probarte.

3) En todo caso, por muy ateo que seas, reza lo que sepas.

4) Si algún día te enamoras de verdad, no te cases con él o ella. No le cagues la vida, joder. 

1 comentario:

  1. El tema del Musavat puede que ayudara a Beria en su momento ya que a Stalin le gustaba contar con gente de pasado "dudoso" a la que podía aplastar en cualquier momento si lo consideraba necesario.

    Claro que también se especula con que Beria era el objetivo principal del "complot de las batas blancas" Es posible que si Stalin hubiera vivido unos años más Beria se hubiera encontrado ese asunto en el tribunal (Junto con varios cientos de miles de personas más, porque Iosif nunca hacía los crímenes a medias)

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